¿Qué entendemos por Salud?

«Salud es mucho más que la ausencia de enfermedad»  Deepak Chopra

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Cuando la persona está sana, puede conducir su vida como desee. Consideramos que estar sano es un estado de equilibrio entre el cuerpo, la mente y el espíritu, un estado natural de ser uno mismo. Cada uno de nosotros es único y también lo es nuestro estado de equilibrio. No existe ninguna “receta de salud” apropiada para todo el mundo. La enfermedad es una señal avanzada de que algo anda mal y es preciso actuar.

Según Robert Dilts hay diferentes “niveles neurológicos” de control y de influencia en el terreno de la salud.

El primer nivel es el medio ambiente, el entorno y las personas con las que estamos. Factores ambientales, como la calidad del aire que respiramos y de la comida que tomamos, son muy importantes para la salud. Los fármacos, también se encuadran en este nivel. Podemos comer mucha fruta para asegurarnos la ingestión diaria recomendada de vitaminas, pero puede que esta no sólo haya tardado tanto en llegar a la tienda que el contenido en vitaminas haya disminuido, sino también que contenga altas cantidades de pesticidas como resultado de los métodos de cultivo modernos. Salvo que uno viva en una isla remota y cultive su propia comida, cada cual debe enfrentarse al medio ambiente como mejor sepa. De este medio también forman parte amigos, familiares y compañeros de trabajo. La calidad de nuestras relaciones tiene un impacto enorme en la salud.

El segundo nivel es la conducta, lo que hacemos. Y al respecto hay dos actitudes relacionadas con la salud: evitar los hábitos nocivos y cultivar los saludables. Esto conduce al tercer nivel, las capacidades. Son las acciones y hábitos repetidos y arraigados. Un pastel, unas galletas o una bebita enlatada de vez en cuando no perjudican, pero una dieta que incluya regularmente estos productos conduce a un aumento del riesgo de obesidad, diabetes y problemas dentales. Normalmente, la fuerza de voluntad no basta para abandonar un hábito; para ello es preciso descubrir la finalidad que se oculta tras ese hábito y trabajarla de una manera más sana.

El cuarto nivel es el de las creencias y los valores. Las creencias son los principios que guían nuestros actos. Determinan cómo nos vemos a nosotros mismos, cómo reaccionamos ante los demás y qué sentido damos a nuestras experiencias. La reacción a un placebo demuestra que podemos curarnos a nosotros mismos si creemos en la eficacia de la medicina, tanto si ésta tiene algún efecto fisiológico como si no. Algo que concebimos como puramente mental, una creencia, tiene un efecto real y tangible sobre el cuerpo. Por valores entendemos lo que es importante para nosotros, aquellas cosas a las que aspiramos: salud, riqueza, felicidad, seguridad, amor. Los valores actúan como imanes para nuestra conducta. Las personas no cambian a menos que crean tener buenas razones para hacerlo y que el cambio les permita conseguir algo que consideran importante o los aleje de algo que desean evitar.

El quinto nivel es la identidad, el concepto que una persona tiene de sí misma. Si alguien sufre una enfermedad crónica, puede adoptar la identidad de “un paciente”. Mientras se considere tal seguirá enfermo. Una persona no es su enfermedad ni su dolor, aunque ambas cosas puedan ser abrumadoras en ocasiones.

Por último, el sexto nivel es el que esta más allá de la identidad, el nivel espiritual, el de la relación de la persona con los demás y con aquello que trasciende de su identidad, no importa cuál sea la forma concreta que uno prefiera darle.

Los problemas de salud pueden producirse a cualquier nivel y deben ser atendidos al nivel adecuado. No es posible cambiar de hábitos de forma directa y automática aunque los beneficios para la salud sean evidentes. Actuamos según nuestros intereses, tal como los percibimos. Creencias y valores son algunos de los filtros más potentes. Tal vez una persona sepa qué hacer (conducta) e incluso cómo hacerlo (capacidad), pero aun así puede que se abstenga de actuar porque no es importante para ella (valores) o porque cree que no servirá de nada o no puede (creencias).

Los niveles neurológicos no son una jerarquía, sino más bien un círculo o un holograma. Cada nivel afecta a los otros y todos son importantes para la salud. Un buen ambiente, con buenos amigos, es importante, pero no necesariamente suficiente si se tiene la creencia de que no se está sano. Y puede que una persona con tal creencia no se moleste en buscarse un ambiente sano, de todos modos. Se puede influir en la salud no sólo efectuando cambios en su entorno, sino también trabajando las creencias. La salud es una cualidad tanto física como mental y los efectos de una traspasan los límites y penetran en la otra.

Las creencias gobiernan gran parte de nuestra conducta; por lo tanto, la manera más eficaz de cambiar de conducta es hacer cambios en ellas. A menudo, intentar cambiar la conducta es cuestión de fuerza de voluntad, aunque es demasiado fácil volver a caer en la situación ya establecida. Todos conocemos el refrán «año nuevo, vida nueva«, y hemos puesto en práctica esas decisiones cargadas de buena intención que apenas duran hasta finales de enero. Cambiar de hábitos es más fácil cuando se comprende que éstos ya no forman parte de la propia imagen. Entonces, nos despojamos de ellos sin esfuerzo y el cambio de conducta viene respaldado por un cambio de creencias y de valores, con un sentido más completo del yo.

Cuando pienses en tu objetivo de salud personal, o cuando te enfrentes a un problema de salud, identifica en qué nivel se produce éste:

  • Quizá necesitas más información del ambiente. Si es así no hagas nada hasta haber descubierto lo que necesitas conocer.
  • Quizá tienes toda la información, pero no sabes qué hacer exactamente.
  • Quizá sabes qué hacer, pero no sabes cómo.
  • Quizá te preguntas si puedes hacerlo, si merece la pena y si está de acuerdo con tus creencias y valores.
  • Quizá te preguntas, «¿me afecta realmente a mí?»

Propongo un ejercicio práctico para explorar estos niveles en tu propia salud: En primer lugar, recuerda una ocasión en la que te sentiste realmente sano. Teniendo eso presente, tómate el tiempo necesario para pensar en estas preguntas.

Ambiente

  • ¿Dónde estabas?
  • ¿Qué personas te rodeaban en esa ocasión?
  • ¿Qué época del año era?
  • ¿Qué relaciones eran importantes para ti, en esa época?

Conducta

  • ¿Qué hacías?

Capacidad

  • ¿Qué habilidades tenías entonces?
  • ¿De qué te sentías capaz?

Creencias y valores

  • ¿Qué opinabas de tu salud?
  • ¿Era un estado natural?
  • ¿Era fácil o difícil de conseguir?
  • ¿Qué significaba para ti?
  • ¿Qué podría haberte impedido estar sano?

Identidad

  • ¿Cómo es ser una persona sana?
  • ¿Cuál es tu misión en la vida?
  • ¿Cómo te ayuda a alcanzar esa misión el hecho de estar sano?

Transidentidad.

Piensa en cómo estás conectado con todos los demás seres vivos y con lo que creas que existe más allá de ti mismo. Para algunos, éste es el terreno religioso o espiritual.

  • ¿Cómo te conecta a los demás y te ayuda a ir más allá de ti mismo el hecho de estar sano?

La salud como equilibrio. Estar enfermo no es malo para la salud.

Ya no resulta creíble que la enfermedad proceda sólo del exterior. Sabemos que nuestro estilo de vida, nuestros hábitos de alimentación y nuestros esquemas de pensamiento contribuyen a la acción de azotes actuales como el cáncer o las enfermedades cardíacas.  No podemos defendernos por completo frente al mundo, pues formamos parte de él.

La salud como equilibrio es una metáfora. Vivimos en equilibrio con los mircoorganismos del ambiente y una infección revela que el equilibrio se ha roto. La enfermedad se convierte en signo de que hemos perdido dicho equilibrio y que debemos prestar atención a nosotros mismos. No es preciso estar mal de salud para estar enfermo.  La enfermedad puede ser un modo de reequilibrarnos, igual que la fiebre es un síntoma saludable, que impulsa al sistema inmunitario a curar más deprisa. Mucha gente somatiza sus experiencias y enferma en los momentos cruciales de su existencia. La confusión mental se traduce directamente en una enfermedad física. Esta puede ser también una señal saludable. La antigua manera de ser era desequilibrada en sí y los síntomas de la enfermedad pueden ser parte de la transición.

La salud como equilibrio

  1. Formamos parte del mundo.
  2. La salud es un equilibrio entre nuestra manera de ser y el ambiente que nos rodea.
  3. La enfermedad indica un desequilibrio.
  4. Enfermar puede resultar saludable; puede reequilibrarnos.
  5. Somos quienes mejor conocemos nuestro propio cuerpo porque lo conocemos desde dentro.
  6. El cuerpo está en contaste relación con microorganismos. Algunos son beneficiosos, la mayoría son inocuos y algunos pueden causar síntomas específicos en huéspedes susceptibles.
  7. Nos mantenemos sanos cuidando de nosotros mismos y prestando atención a las señales del cuerpo.
  8. Tenemos influencia sobre nuestros pensamientos, emociones y entorno.
  9. El sistema inmunitario es nuestro yo fisiológico. Conoce lo que forma parte de nosotros y lo que  no. Elimina los antígenos para mantenernos íntegros.
  10. La curación es un proceso corporal natural. Si el desequilibrio es muy pronunciado, quizá necesitemos ayuda externa para curarnos.
  11. Siempre estamos sanos en cierta medida, igual que siempre conservamos cierto grado de equilibrio.

Tú puedes influir en tu salud física, el cuerpo es una parte integral de ti mismo, no algo que a veces te falla, la capacidad del cuerpo para aprender y sanar es asombrosa.

Para terminar adjunto un vídeo de Bensalut que se titula ¿Cómo librarse del estrés? en que se dan unas pequeñas orientaciones para librarnos de esa desagradable sensación.